domingo, 31 de mayo de 2009

Sunday Bloody Sunday (III)

Los momentos que siguieron a mi entrada a la casa aún hoy, con el paso de los años y mil intentos de recordarlos correctamente, son difusos, realmente el orden cronológico de las cosas se pierde en la niebla que había en mi cabeza en ese momento.
Creo recordar a mis padres por ahí, y a mis amigos, que Martín les contó lo que había pasado y vinieron a apoyarme, creo recordar al Turco, al Flaquito Arias, a unos cuantos de sus (nuestros) amigos en esa época, pero como antes digo, mis recuerdos son confusos de esos momentos y no pondría las manos en el fuego por lo que recuerde.
Sí recuerdo bien haber visto a sus padres, a su padre puntualmente, ahí con cara de pobrecito, una cara que hoy en día no sé si era de dolor o fingida, pero recuerdo ver esa cara y recordar una charla, días antes con Tomy.
Mi cuerpo entero y mi mente decían que le grite que era un hijo de puta, que su hijo se había muerto por su culpa, por sus secretos y su falsa moral, por llevarlo al límite de tener que elegir si destruir su familia o destruirse él. Mi mente le decía a mi cuerpo.
–“¡¡¡Grítaselo, que todos lo sepan, este es el hijo de puta!!! ¡¡¡Grítalo!!!” pero mi cuerpo no quería o no sabía responder, así que ahí quede, como una estatua, con el alma partida al medio y el corazón lleno de furia, pero callado, muy calladito la boca.
Creo recordar que alguien me llevo, que ellos me preguntaron cosas, que su madre me abrazo y yo los miraba y pensaba que ellos merecían estar ahí, muertos, no su hijo, pero no tuve el valor o la fuerza para decirlo, lo único que recuerdo a ciencia cierta fue no devolverle el abrazo.
También creo recordar un viejo, que andaba por ahí como con mucha experiencia en estas cosas (seguro algún buen amigo de su padre, que obviamente debía de estar sacando plata por algún lado en esto).
Sí recuerdo lo que quizás haya sido el único momento verdadero de la noche, la única y mas hermosa despedida que tuvo, cuando todos los amigos nos sentamos a la mesa en la casa de él, en esa mesa que habíamos estado cenando mil veces y alguien agarro una botella de algo y empezamos a tomarnos un trago a su salud. Las anécdotas volaban de un lado a otro de la mesa, los recuerdos compartidos con un ser querido. Inevitablemente empezamos a reírnos, a festejar cada momento hermoso que habíamos vivido con esa persona que ya no estaba, riéndonos con el alma, riéndonos sinceramente y gritándole con nuestras risas que lo amábamos, que había sido un gran amigo y que viaje en paz, que nosotros quedábamos con dolor pero que viaje, que recorra el camino que ahora le tocase acompañado por nuestras risas y sepa bien tranquilo, que aunque ya no esté, nosotros lo íbamos a mantener vivo en nuestros corazones.
Recuerdo también muy claro que alguien pensó que venir a decirnos que “no faltemos el respeto riéndonos” era una buena idea. Creo que fue la única vez en mi vida que vi a un grupo tan grande de personas darse vuelta a la vez y mandar a la puta madre que la parió a otra.

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