lunes, 3 de enero de 2011

Paint It Black (I)

Creo que en nuestras vidas tenemos momentos buenos y malos, felices y tristes, algunos que recordamos con alegría y otros que quisiéramos olvidar.
Hay también unos pocos, aquellos que recordamos con profunda tristeza, pero que no queremos olvidar. Son esos pequeños pedazos, realmente oscuros en nuestra vida, pero que tienen en el recuerdo una pequeña belleza. Recordarlos deprime, hacen que cada vez que pensás en ellos, vuelva esa sensación fea. Pero que marcan un antes y un después, son momentos de una tristeza de tal magnitud que nos marcan para saber que nunca más queremos volver a sentirla...
Para cuando nos dijimos adiós con Merlina, yo ya había dejado la carrera en la facultad y mi tiempo se dividía entre un par de trabajos, boludeo en casa y muchas muchas salidas. Mi vida era triste y oscura, y yo, poco a poco, me estaba empezando a volver de esa misma manera. Aislado del mundo, fumaba sin parar y apenas comía, me pasaba las horas enfrente de la computadora y cuando menos relaciones tenia que tener con gente "real", mejor para mi. Los pocos amigos que tenia los había alejado y con quien no me había peleado, los esquivaba sistemáticamente.
Ese primer año, ni siquiera quería ir a Tres Arroyos a ver a mi familia. Estaba atrapado en mi propia vida, cayendo cada vez mas profundo y sin la mas mínima intención de pelear por cambiarlo.
Cuando una amiga leyó el post anterior me dijo que le parecía desubicado en el blog, pero me parecía que Merlina se merecía un post para ella. Y aunque para muchos suene como una anécdota machista, para mi nada ejemplifica mejor su personalidad y el impacto que tuvo en mi vida, que la manera en que la conocí.
Merlina fue muy importante ahora que la miro desde el futuro, mucho más de lo que me pareció en ese presente donde estuvimos juntos. Fue gracias a ella que empecé a sentir que algo más que esa espiral descendente era posible, que la vida podía ser algo más que tristeza, borracheras y salidas.
Igualmente esta realización llegaría con los años y el paso del tiempo, en el momento, lo que ocurrió fue bastante distinto.
Entre salidas y borracheras y fiestas y trabajo se me iban yendo los días, primero solo salidas los findes, después agregamos el jueves y cuando quiero acordar, la semana entera es una caravana constante.
Después de un par de meses de vivir así, mi hígado pedía basta, mi cabeza pedía basta y mi cuerpo no daba más.
Hagamos acá un paréntesis bien grande.
Yo soy o al menos creo ser una persona de convicciones fuertes, siempre en mi vida hubo cosas que si y cosas que no. Un gran NO en mi vida siempre fue la cocaína. Siempre me dije que sin importar las razones, jamás, pero jamás de los jamases, iba a consumir.
Cerremos el paréntesis.
Entre noches y noches de caravana y días de trabajo la vida se me iba, y así hubiese sido si no fuera por que como dije antes, soy un tipo de convicciones fuertes. Y cuando mis propias convicciones empiezan a debilitarse, me planteo las razones.
Muchos dicen que es necesario tocar fondo para darse cuenta y poder salir del pozo, yo creo que estaba en el fondo hace rato. Que no fue llegar lo que me hizo reaccionar, sino la verdadera y certera posibilidad de perderme ahí abajo y no poder salir nunca más. Creo que no es el fondo del pozo el que te asusta, sino el momento en el que tenés que decidir si sos un habitante del pozo, o tu vida es eso que quedo afuera.
Para mí, ese momento llego una noche de sábado, o mejor dicho, una mañana de domingo. Venía saliendo desde el miércoles en continuado y ya, para la noche del sábado, contabilizaba si tenía suerte unas 12 horas de sueño en lo que iba de la semana. Me había ido de Flamingo's con alguna chica de turno y la alarma del teléfono me despertó a las 8 AM en alguna cama que no era mía, en alguna casa en algún lugar de La Plata.
A mi lado esta chica de la cual ni recuerdo el nombre, se despertó con el ruido y me pregunto por que tanto quilombo. Le dije que tenía que irme a laburar, que me tocaba abrir el cyber, pero que el cuerpo no me respondía. Me miro y me dijo que me quede durmiendo, me negué. Estuvo en silencio unos 30 segundos y por ahí me dijo, “vení, yo tengo la solución”. Fuimos a la cocina de su casa y saco de un cajón una bolsita con una tiza de cocaína. Preparo en un plato sobre la mesa 2 rayas finitas y perfectamente armadas, separándolas con una cuchilla que tenía a mano.
“Tomá, te pegas un pase y te despertás y tiras todo el día” me dijo.
Yo mire esas rayitas blancas sobre el plato, las mire por lo que me pareció una eternidad pero no deben haber sido mas de 5 segundos. Mi mente iba a mil kilómetros por hora, y en cada uno de mis hombros, un angelito hablaba...

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